Mes: diciembre 2019

Tras la niebla

Hay cosas que no dejan de asombrarme. Uso la palabra asombro con conciencia y para englobar aquello que conmueve y causa admiración o extrañeza. Todo esto me provoca un pasmo momentáneo y desorientación, seguidos por la sensación de no alcanzar a comprender del todo lo que está sucediendo o lo que estoy sintiendo. El resultado es exquisito porque, aunque durante esos instantes renuncio a la razón y me concentro en ser habitada por lo que estoy experimentando o presenciando, las cosas o las personas parecen lucir con mayor claridad ante mí. 

El asombro del que escribo no es solamente frente a lo nuevo y desconocido, sino también ante lo que ya hemos visto, escuchado, sentido o pensado antes. Algunas de las cosas que me sorprenden son cotidianas y otras menos mundanas. En la primer categoría está, por ejemplo, lo que siento cada vez que camino en un parque o en un bosque. Hay, incluso, infinidad de cosas en la convivencia diaria con mi gato que me causan admiración, como lo que siento cuando pega su cuerpecito panzón al lado de mis pies y su capacidad de comunicación para solicitar comida. 

La categoría de lo conocido, pero ahora menos habitual, está también llena de asombros. Un viaje reciente a la costa me recordó varias de ellas, incluyendo la sensación de pequeñez y bienestar de estar bajo las estrellas y la calidad de la luz que hay al lado del mar justo después del atardecer. De esto último encuentro sorprendente algo que no logro definir del todo; no es solo que todo parece mas bello bajo esa luz, sino que seres vivos, objetos y agua parecen mas reales y presentes que de costumbre. ¿Porqué es así? Aún cuando vivía al lado del mar nunca dejó de conmoverme la transformación crepuscular y el gozo que me traía.

Fiel a mi personalidad, una de mis modalidades favoritas de asombrarme son las emocionales. No es raro, por ejemplo, que ame a mi hija; lo que me maravilla de vez en cuando es la profundidad y las numerosas ramificaciones de sentimientos que se derivan de este amor. Lo mismo me ocurre con el árbol de emociones en torno al trabajo. En este sentido, hay algo que me conmueve en particular y son las emociones que habitan cada proyecto y cada proceso en los que participo. Atisbar estos sentimientos en los demás me conmueve profundamente, especialmente cuando lo que asoma es lo más difíciles de aceptar y compartir socialmente, como la frustración, el ego, el enojo y la inseguridad.

Mas sorpresa me causa aún el notar las emociones que son parte de una relación de pareja. Apenas pude disimular mi asombro hace solo algunos días ante unas palabras del bienquisto y el tono de voz y la mirada que las acompañaron. No dijo algo que no me hubiese compartido antes y, sin embargo, escuché sus palabras y viví el momento con sorpresa e intensidad frescas. Ése es también el asombro con el que echo de ver varios de los sentimientos placenteros y difíciles que me surgen en la interacción con él y como, a través de ellos, me veo con mayor claridad a mí misma. 

Heidegger sostenía que todos los objetos están cubiertos de una niebla o velo que los vuelve indiferentes u opacos para el hombre. Tal vez es así y esa niebla aplica también a las personas y a los sentimientos. El asombro surge cuando se nos revelan súbitamente y podemos, entonces, verles con claridad. De ser así, confío en mantener y alimentar mi capacidad para descorrer el velo y ver, mediante el asombro, lo que se esconde atrás de este muy nebuloso mundo. 

Mis puntadas

«Mi cuerpo nunca ha sido perfecto y menos perfecta he sido en aceptarlo tal cual es. Desde la adolescencia padezco una de las patologías de los tiempos: juzgar, criticar y sufrir mi cuerpo en lugar de cuidarlo, acogerlo y disfrutarlo.»

Hace cuatro años compré una máquina de coser. Aunque solo he tomado una clase, me encanta el proceso de buscar telas, hacer el diseño en mi mente, patronar, cortar y coser. La mitad de las prendas que hago quedan mal y en prácticamente todos los casos hay algún momento del proceso en que me equivoco. El resultado es que puedo pasar tanto tiempo cosiendo como descosiendo o que el producto final no me entre o quede demasiado holgado. No detallo estos errores para denostar mis capacidades sino porque, sencillamente, así es como ocurre.  Coso porque me gusta y convivo de buen humor con las meteduras de pata que comento al hacerlo.

Coser ropa no solo tiene el reto de hacer algo para lo que mi cerebro no parece tener habilidades naturales. Toma infinitamente menos tiempo comprar una falda que elaborarla y lucen mejor las blusas de marca conocida que las que hago en casa. Coser, en mi contexto, es poco eficiente y resta productividad a propósitos más rentables o generosos. Con lo que gano en cuatro horas de trabajo puedo comprar una pieza de mejor calidad que las prendas chuecas que coso en el mismo tiempo; así que, si fuese un tema de lógica, regalaría mi máquina en este mismo momento. En mi caso, diseñar, cortar y confeccionar no es un asunto de productividad o de creatividad y talento. Mis alicientes son otros. Combinar texturas, colores y diseños me da placer. Siento una corriente de gozo al hacer maridajes de colores y estampados de telas y la sensación solo aumenta cuando las veo reunidas en un objeto o prenda. Comer algunos postres me da un placer similar, pero éste se desvanece rápidamente o convierte en grasa en mi cintura.

El segundo motivo por el que ahora coso fue inesperado. Coser me invita a ver mi cuerpo con objetividad y a hacer las paces con sus medidas y proporciones. Mi cuerpo nunca ha sido perfecto y menos perfecta he sido en aceptarlo tal cual es. Desde la adolescencia padezco una de las patologías de los tiempos: juzgar, criticar y sufrir mi cuerpo en lugar de cuidarlo, acogerlo y disfrutarlo. Este padecimiento es tan cruel como indignante y, tras 30 años de padecerlo, ya no se me antoja culpar a los demás. Es cierto que a las mujeres se nos juzga y tasa mayormente por apariencia externa y que la publicidad vende un ideal aspiracional de belleza que es de blanquita, esbelta y alta. Ni hablar de la torpeza o crueldad con la que algunos hombres se relacionan con la apariencia femenina. Pero, ante el contexto y condicionamiento debería imponerse el criterio y éso es lo que me ha faltado para aceptarme como soy y asumir mi cuerpo con sus formas y volúmenes propios.

La primera vez que usé la cinta métrica para tomar mis medidas sufrí; no quería conocer la diferencia exacta entre el ideal anhelado y la precisión centimétrica de mi figura. Puesto que la cinta no esconde la individualidad del cuerpo como lo hacen las tallas comerciales, las medidas exactas representan un talle que es propio y único. Para mi sorpresa, descubrí que tomarse las medidas para, posteriormente, hacer una prenda que las refleja y realza es un rito tan agradable como liberador. Los números en la libreta de notas y su expresión en tela y diseño dejan de ser juicios y se convierten en conversación amable con las dimensiones y geografía corporal. La ubicación y dirección de la pinza dialoga gentilmente con la forma del trasero y el largo que se decide para la falda lo hace con la estatura. Mis manos cosen para mi cuerpo y lo hacen con el mismo respeto que lo harían si éste fuese talla 0 ó 16.

Si pudiese cambiar una cosa de mi adolescencia sería ésa; me extirparía la obsesión de acercarme al canon impuesto y me haría estar a gusto con mi cuerpo. Pero no puedo hacerlo, como no puedo cambiar los efectos que la insatisfacción tuvo posteriormente en mi bienestar. Lo único que me queda por hacer es cambiarlo ahora, relativizar la importancia de la imagen, retirarme del campo de batalla autoimpuesto y cultivar una relación más sana y feliz con mi peso y medidas. Debo hacerlo en el contexto de mi feminidad y personalidad, que no aceptan costales de papas por atuendo. 

Mi máquina de coser y el pasatiempo de la costura han resultado ser mucho más que un pasatiempo. Conocer y practicar el proceso de diseño y confección de ropa me ha regalado un espacio placentero y saludable de conexión con mi cuerpo. Lo que elaboro para mí no es perfecto, pero se basa en el respeto por mis formas y refleja la intención de vestirlas no solo con ropa, sino con aceptación… y ese combo me parece el mejor atuendo posible.