Mes: marzo 2020

Muy mujer

No soy Simone de Beauvoir, ni protagonista del feminismo en mi país. Soy una de las 65 millones de mujeres mexicanas. Soy hija de mi madre, madre de mi hija, hermana de mis amigas y admiradora de tantas mujeres que no me alcanzan dedos de manos y pies para contarlas.

Soy mujer y hoy me siento más mujer que nunca. Mientras lo siento y escribo no uso lencería, ni lápiz labial rojo. No me siento más mujer por oposición, rencor o propósito de seducción a un hombre a mi lado. Tampoco porque esté embarazada o amamantando a un ser humano. Me siento muy mujer al ponerme en la piel de las mujeres y niñas que han sufrido y sufren violencia de género en mi país.

Como ocurre con otros temas que me rebasan, me había cerrado emocionalmente ante el tema de los feminicidios. Leo noticias, mi Twittósfera está llena de información, me mantengo “al tanto” y me involucro de algunas formas, pero lo había hecho desde una distancia sentimental y física seguras, libre de contaminación emocional y de riesgo. Me propuse ir a marchas, me propuse escuchar testimonios de las familias de víctimas, me propuse preguntar, me propuse leer y retener las cifras. Me lo propuse, pero no había hecho nada de eso.

Los casos recientes de feminicidios rompieron la distancia. No tengo vocabulario para hablar de la atrocidad y falta de humanidad de estos hechos, así que no intentaré describirlos. Palabras como odio, impunidad, dolor y terror se quedan cortas. Solo quiero compartir el efecto que tuvieron en mí y que me ha hecho cruzar la línea divisoria que separaba el “ellas” del “yo.”

Es paradójico que siendo tan sentimental no me había permitido sentir dolor profundo por lo que sucede a las mujeres en México. Después de todo, una de las cosas mas terribles es que los casos recientes son solo algunos de miles más. No obstante, había mantenido mi indignación en el hemisferio racional de la vida, que es un lado útil y masculino que facilita, protege y allana el camino. Sentir lo cambia todo porque me vulnera y con la vulnerabilidad no solo llega el riesgo y la exposición emocional, sino la rabia y las ganas de unirme a las protestas, a las propuestas, a las demandas y a los putazos, si es necesario.

Así como escucho a hombres que no entienden que vivimos un problema grave y nos quieren explicar y minimizar la situación, también escucho a mujeres que se niegan a dimensionar la violencia de género en México, que descartan a las activistas y que no se involucran. ¿Porqué? ¿Es porque también observan lo que ocurre con la distancia y racionalidad que reconocí en mí? ¿Es por sospechosismo? ¿Es porque se compran la narrativa oficial, la masculina o la religiosa? ¿Es porque lo ven como movimiento de jóvenes o como causa de élite? ¿Porqué? 

No todas tenemos que ser teóricas profundas o activistas del feminismo, pero todas tendríamos que interesarnos por la seguridad, la igualdad y el resto de los derechos humanos de las mujeres. Observemos, escuchemos, preguntemos, sintamos y actúemos. Observemos lo que ocurre alrededor; escuchemos qué dicen otras, cómo viven las cosas y qué proponen; preguntemos cómo es estar en la piel de mujeres que no se nos parecen y preguntémonos qué conductas machistas toleramos, qué normalizamos y qué reproducimos. Y sintamos también. Sintamos hasta con los dientes y actúemos en consecuencia.

Ya entendí. No son ellas, somos todas. No son crímenes aislados, es un sistema. No son cifras, son vidas. Esto es de fondo y tendríamos que estar juntas para enfrentarlo y eliminarlo. Ya entendí: soy mujer y ustedes también lo son.

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